El Torito (Abraham Toro Díaz): El Bandolero más buscado de Chile (Parte 13)

Reportaje de don Edmundo Sepúlveda Marambio
Fotografías actuales de Mauricio Navarro Moscoso
Publicado en el diario “El Rancagüino”, el jueves 15 de agosto de 1996

Primera parte de la historia disponible aquí.
Segunda parte de la historia disponible aquí.
Tercera parte de la historia disponible aquí.
Cuarta parte de la historia disponible aquí.
Quinta parte de la historia disponible aquí.
Sexta parte de la historia disponible aquí.
Séptima parte de la historia disponible aquí.
Octava parte de la historia disponible aquí.
Novena parte de la historia disponible aquí.
Décima parte de la historia disponible aquí.
Undécima parte de la historia disponible aquí.
Duodécima parte de la historia disponible aquí.

Abogado Raúl Miranda Valenzuela, el Defensor del Torito
No fue nada fácil poder conversar con el abogado rancagüino Raúl Miranda. Sus múltiples actividades y un pequeño accidente sufrido en la última semana de julio pasado, alejaron toda posibilidad de sostener un diálogo. Era importantísimo hacerlo, porque aparte de ser coautor de un libro sobre la vida de Abraham Toro Díaz, asumió la defensa del bandolero en el juicio ventilado en Rancagua. Sin embargo, redactamos un cuestionario y sus respuestas, escritas, se pueden resumir así:

– ¿Cómo nació la idea de escribir la novela “La Huella del Bandolero”?

– Por el año 1953 yo estaba trabajando en la defensa del “Torito” cuando llegó a mi oficina el escritor Manuel Guerrero Rodríguez y me manifestó su interés en escribir la vida de este legendario bandolero. Empezamos a trabajar de inmediato hasta terminarla cuando Abraham Toro salió en libertad en el último trimestre de 1954. No recuerdo el número de ejemplares, pero la edición se agotó rápidamente.

– ¿Le fue muy difícil la defensa asumida?

– El “Torito” fue traído preso desde San Rafael a principios de 1952 y en Santiago públicamente asumió su defensa el diario “La Tercera”, y como el proceso se radicó en la Fiscalía Militar de Rancagua, se hizo necesario contar con un abogado de esta ciudad. Los dueños del matutino me pidieron que me hiciera cargo de la defensa y yo acepté sin ninguna condición, o sea, ni siquiera se habló de honorarios.

La defensa, profesionalmente hablando, fue muy difícil, porque se trataba de más de 30 procesos repartidos en San Vicente de Tagua Tagua, Peumo y Talagante. Pero muchos de estos procesos se iniciaron después que el “Torito” se había ido a la zona de Mendoza y san Rafael, donde trabajó como obrero agrícola en la Estancia “El Sosneado”. Con los documentos respectivos se desvirtuó la mayoría de los cargos. El Fiscal pidió una condena de 33 años, pero la sentencia de primera instancia lo absolvió de todos los cargos y lo condenó sólo por el homicidio del comerciante de San Vicente, Mustafá Micali Mixto. Estimé que la pena podía ser rebajada y apelé ante la Corte Marcial de Santiago.
Alegué durante tres días en el alegato más largo de mi vida profesional y la sentencia aprobó el fallo de primera instancia, en cuanto absolvía al reo, y rebajó la condena a cinco años de presidio. Con el tiempo que estuvo preso se cumplía el requisito para conceder el indulto, lo que se obtuvo mediante la gestión del diputado Baltazar Castro Palma y el deseo ferviente de la inmensa mayoría de la opinión pública. El Presidente don Carlos Ibáñez del Campo dictó el correspondiente decreto de indulto en noviembre de 1954.

– ¿Es efectivo que al quedar en libertad, el “Torito” fue objeto de una manifestación pública en el Bar Requegua de San Vicente?

– Efectivamente, un grupo de amigos del “Torito” de esa ciudad le ofreció una manifestación en un almuerzo muy concurrido, y yo, en nombre del festejado, agradecí el homenaje. Hubo mucha alegría.

– ¿Qué pasó después con la vida del “Torito”?

– Le acompañaron de regreso a su hogar de San Rafael su mujer Francisca Sánchez y su hijita Soledad. Yo mantuve correspondencia con él durante muchos años, pero esto terminó en el año 1972. Unos meses después supe que había fallecido por un derrame cerebral, lo que no me extrañó, porque en dos exámenes médicos que se le hicieron en el proceso, hay constancia que era hipertenso. Como nació el 20 de noviembre de 1914, al fallecer tenía 58 años de edad.

Cuando regresó a su casa siguió trabajando en su taller de zapatero y tuvo otra hijita a quien la bautizó como Sofía en homenaje a su propia madre. El “Torito” está sepultado en San Rafael. De su familia argentina no he tenido noticias.

– ¿Cuál es su juicio final del “Torito”?

– En Abraham Toro Díaz conocí a un chileno de mala suerte. Nació en una familia campesina pobre. Su hermano mayor Ramón, en compañía de su amigo Segundo Cerda, se dedicó a robar y luego se convirtieron en salteadores. Ramón era un joven “cantor y refranero” y convivía con una mujer que se llamaba “Sara, La Pioca” y pasaban en fiestas. Abraham tenía poco más de 10 años y lo admiraba. Le llevaba comida para los cerros donde se ocultaba. Ramón fue muerto en un encuentro con la policía y el adolescente Abraham se vio envuelto en lo mismo de su hermano. Si se hubiera formado en una familia normal y se hubiera educado, habría sido muy triunfador en cualquier terreno.

En una ocasión, conversando con él en la cárcel, le pregunté por qué no había herido o muerto a víctimas de los numerosos salteos que realizó. Me contestó: “Mire don Raúl, si yo en cada salteo mato a alguien y después me agarran, me sale “afusilamiento” y si no mato a nadie, me condenan por el puro “robito”. Y este mismo procedimiento se lo ordenaba a sus dos acompañantes cuando iban a ejecutar un salteo. Y en uno de ellos, a un vecino de Coltauco llamado Carlos Moya Avilés, un acompañante se acercó a la víctima y le pegó un balazo en el tórax, y al derribarlo le apuntó para rematarlo, y Abraham, con el cañón de su carabina le desvió el balazo al tiempo que le gritó “No hagas h…, hombre”.

La propia víctima me contó esto a la salida de una rueda de reconocimiento de la cárcel. Yo le pregunté: ¿Y jodió al hombre? Cómo se le ocurre don Raúl, si a él le debo la vida. Este caso debe ser inédito y para el libro de Guinnes.
Abraham tenía una profunda fe religiosa en la Virgen de Monserrat y siempre me confió que a su protección le debía haber resguardado su vida. Portaba una imagen de esta Virgen y me contó que cada vez que iba a un “trabajo”, rezaba su oración por tres veces. Esta fe la han tenido siempre los hombres que han vivido como bandoleros. Para conocimiento de los lectores de “El Rancagüino”, la reproduzco:

Oh Jesús, Hijo de Dios
Vivo Dios te salve
Reina de Misericordia
Tiempo de la Consagración
Paraíso de los mártires
Espejo de la consolación;
No permitas que mi cuerpo sea preso
Ni mi carne sea herida
Ni mi sangre derramada
Ni mi alma sea perdida.
¡Ayúdame, Virgencita,
En todo paso que doy!

Continuará…