Oscar Barrera Puga
Se define sencillamente como campesino, agricultor, regador nocturno, habitante de la localidad de Los Rastrojos. Sin embargo, para mantener a sus 9 hijos, también “se ganó unos pesos” durante su juventud y adultez tocando el acordeón. Los hijos, dice con su humor particular, “no los tuve yo, los tuvo mi señora”. Comenzó a tocar en fiestas patrias, años nuevos y para la celebración de los santos, que antes se festejaban bastante más que hoy. A veces, tarde en la noche, estando él ya dormido, lo iban a buscar para tocar el acordeón y al otro día debía partir muy temprano al trabajo. Al querer retirarse de la fiesta en que tocaba, por buscar el descanso para enfrentar el día siguiente, no lo dejaban partir y le ofrecían trago, creyendo que su actitud se debía a la falta de este ofrecimiento. No le creían que era un músico que no bebía.
Aprendió a tocar de oído, siguiendo el ejemplo de su padre, don Pedro Barrera. En aquellos tiempos, cuenta que sólo se tocaba cueca, “a veces un vals o un corrido, como mucho”. Sus primeras armas las hizo en un acordeón de botones. Su madre, doña María Puga, instaló una fonda llamada Los Tres Amigos, en Los Rastrojos, y entonces le compraron un acordeón piano para niño. Tuvo que aprender de nuevo con este instrumento, distinto al de botones. Después sus padres vendieron este instrumento y tuvo que volver al de botones. Años después volvieron a regalarle un acordeón piano. “Y vuelta a aprender de nuevo”, relata en su estilo sentencioso.
Las fiestas de la fonda familiar duraban varios días. El público iba rotando, pero la celebración y el baile eran continuos: unos salían, otros entraban a la fonda, así día y noche. El músico no descansaba ni tenía amplificación, por lo que “llegaban a estar roncos de tanto cantar”, pero la rotativa permanente de los asistentes le permitía repetir a su entero gusto el repertorio, sin que eso fuera pecado.
La particularidad de aquellos tiempos en cuanto a la práctica musical consistía en que no se ensayaba, solamente se topaba con quien le acompañaría en la fiesta en la misma fonda. Antes de comenzar cada tema, se ponían de acuerdo en el tono, pero como él no sabía “lo que era un tono”, terminaban siguiéndolo nada más. Nombra a músicos de Requehua, Corcolén y Rinconada, con quienes tuvo que improvisar innumerables veces.
Según afirma, sus oyentes le decían que “hacía hablar al acordeón”. Aprendió las cuecas por su cuenta, “por ahí”. También improvisaba junto a un cantante que tocaba además la batería.
A sus descendientes les pide que sigan con la tradición de la música, pero “que no se pongan a tomar”. Él tuvo todo a la mano para ser borracho: su padre tuvo un restorán, le ofrecían vino cuando tocaba acordeón, pero nunca se emborrachó. Por eso les pide a sus nietos que sigan en la música, “pero caballerosamente”, como buenos músicos. “Que las mujeres no los dejen tranquilos, eso es otra cosa…”
Se despide en el tono que define por entero su personalidad:
“Estas sí que son cuecas,
Parecen gallina clueca
Y me dejan la garganta
Puramente seca”.