Moisés Zamudio Peña
Siendo el menor de 8 hermanos, el profesor Moisés Zamudio, nacido en Tunca Abajo, fue el único que tuvo el don de la música. Hoy, y desde hace 11 años, vive en la comuna de Peumo, adyacente por el oeste a la comuna de San Vicente.
Su primer instrumento fue la guitarra, que conoció en un grupo folclórico a instancias de su profesor. Luego se dedicó por su cuenta a aprender canciones. Sigue la tradición de quienes le enseñaron a amar el folclore enseñando a sus alumnos de la asignatura de música, donde introduce a sus alumnos en los dominios de la guitarra, el acordeón y la flauta dulce.
La primera guitarra que conoció en casa tenía clavijas de madera, a la que había que “echarle un escupito para que se apretaran”. Se podía estar medio día afinando este instrumento. Su padre tocaba el acordeón y cantaba con su hermano, pero, cuando tuvo “uso de razón”, ya no tenía el instrumento.
Su primera guitarra, que siempre quiso tener, resultó ser, para su decepción, un charrango mandado a hacer por su padre. En Tunca fueron sus primeros acercamientos al folclore a través de los eventos que allí se hacían. En ese tiempo llegó a ser el único que tocaba la guitarra en forma competente, por lo que los curas lo requerían bastante para recibir a los sacerdotes misioneros. Formó grupos con otros niños acompañando las misas cantadas. Se sumó a los encuentros veraniegos en las misiones, donde fue desarrollando su gusto musical y su capacidad para tocar la guitarra.
Lo primero que recuerda de su aprendizaje formal, fueron las cuecas que le traspasó su profesor. Después se interesó por los valses y toda la música sencilla de interpretar en guitarra. En esta etapa autodidacta se juntaba con otro músico y no podía, aún, seguirlo o tenía que hacer un gran esfuerzo. Se interesó también por los tangos, aunque la música mexicana nunca le gustó porque no hallaba adecuada su voz para esas canciones.
Una vez titulado de profesor, sintió la necesidad de componer sus propios temas para entregarlos a sus alumnos, con los cuales formó grupos escolares, trabajando danzas de la zona norte y centro. Después creó canciones para que los niños las aprendieran, con diversos temas, como la historia de Chile, y en diversos géneros, como la cueca, la polka, los valses. Su primera creación fue una polka para usarla en sus clases: “Polka para mi escuela”, con la que recuerda cómo era ir a la escuela en su tiempo de infancia, con ojotas, mojándose los pies, pasando por la zarzamora, con todas las condiciones de vida de un alumno rural.
Hoy dirige aún el grupo que fundó: “Tierra de Cosecha”, que nace a partir de esos años de sus inicios en el canto de iglesia. El grupo partió de una circunstancia especial, porque la directora de su colegio le pidió formar un grupo musical para recibir a las autoridades que inaugurarían el colegio nuevo donde él trabajaba, en Tunca. En su presentación siempre incluye versos sueltos y pallas. De los fundadores del grupo, en 1982, sólo quedan cuatro personas.
Admira la poesía de Jorge Yáñez, le gusta la verdad que ella porta; también menciona a Héctor Pavez Casanova, “El Indio” Pavez, del cual canta varios temas.
Siempre anheló tener un arpa. Cuando niño veía un arpa en un segundo piso de una casa patronal de Tunca, pero el arpa se destrozó junto con la casa y él quedó con el deseo de tener una igual. Se decidió a fabricar un arpa. La hizo sólo con serrucho y lija, la que aún conserva, aunque se le quebró el primitivo clavijero, que era parecido al de una guitarra. La hizo apenas llegó a Peumo, en dos meses, trabajando en las tardes. Hasta utilizó huesos de desecho de la comida para adornarla. Para poder tocar este instrumento, simplemente se guió por lo que sabía de guitarra. Su desempeño lo considera suficiente para acompañar cuecas y tonadas.
También fabrica tormentos, sonajas, bombos, todos los cuales han quedado en las escuelas donde ha enseñado. También repara guitarras. Pedagógicamente, trata de que los niños valoren su entorno, he ahí la función del folclore en la enseñanza: ir observando y estudiando las manifestaciones y personajes de la comunidad, con sus versos, canciones, relatos, etc.
Para él, la música es un aliciente para entregarle lo mejor que puede darle a los niños, perfeccionarse él mismo, valorar las habilidades de los niños, las que pueden estar muy escondidas.
Hace unos diez años empezó a relacionarse con el canto a lo poeta, lo cual incorpora en sus clases para que sus alumnos conozcan ese valiosos repertorio.
Piensa que las nuevas tecnologías pueden hacer que las tradiciones “se estén quedando dormidas”. Es cierto que el folclore evoluciona, pero se están perdiendo valores importantes que llevaron a que el folclore se expresara en su esencia, por ejemplo, la reunión familiar, la transmisión de padres a hijos de tradiciones, de dichos, versos, adivinanzas, cantos, afinaciones traspuestas en guitarra. Percibe que es necesario motivar a las instituciones para crear instancias donde esto se transmita y motivar a los jóvenes para conocer sus tradiciones. Aunque el folclore se modernice, hay que considerar lo que viene del pasado y, si está dormido, despertarlo. Lo más importante en el acervo chileno, para él, es el canto a lo divino y la guitarra traspuesta.