Manuel Yáñez Pavez

Hablar de don Manuel es hablar de la historia de un pueblo, de la vida de esfuerzo en el campo. Nacido y criado en el pueblo de Las Pataguas (San Vicente), con apenas doce años lo sacaron de la escuela para empezar a trabajar. Esa era la costumbre de la época: cada año se sacaba de la escuela a los niños más grandes —sin importar su edad— para llevarlos a trabajar al fundo. Don Manuel era el menor de todos los niños que salieron ese año, pero era más alto, así que no pudo hacer otra cosa que acatar las órdenes del patrón.

Los primeros años en el campo fueron sufridos. Don Manuel recuerda que en esos tiempos no se conocían las botas ni los zapatos, solo se usaban ojotas; no tenían mantas, ni sombreros y se ponían un saco en la cabeza cuando llovía. No quedaba otra que «cumplir la obligación por ley», porque si se quedaban en la casa, los mayordomos del fundo o el patrón los iban a buscar para llevárselos al trabajo. Esta es la razón por la que las casas del pueblo están construidas a la orilla del camino, así los patrones podían pasar mirando y detectaban fácilmente si algún empleado no había ido a trabajar. «Perdimos toda la juventud, toda la vida por unos míseros pesos, galletas y porotos, lo único bueno que hicieron por nosotros fue arreglarnos la libreta de seguro… por eso a la hora de la jubilación tenía estampillas de más, trabajando de los doce hasta los sesenta y cinco años», recuerda don Manuel.

La vida en esos años era determinada por los patrones. Si ellos no lo autorizaban, la gente no podía salir del fundo. Aún está presente en la memoria de don Manuel la gente antigua, esa que ni siquiera pudo conocer el mercado de San Vicente porque no los dejaban ir al pueblo, gente que ya no queda, «porque nosotros somos los antiguos ahora», dice.

La música como la conocemos hoy en día la escuchó por primera vez a los doce o trece años, cuando don Santiago Ureta, el patrón del fundo, dio su autorización para que el club de fútbol pudiera vender cervezas y así comprar un tocadiscos, cuya llegada reunió a todo el pueblo en la secretaría del club. Justamente el fútbol era la principal entretención y una de las pocas permitidas por los patrones. En esos tiempos, en el pueblo no había radios y menos televisión. La llegada de esta última fue todo un acontecimiento, todos pagaban una entrada para poder ver la televisión que tenía un empleado del fundo llamado Tobías Galaz, y se sorprendían al ver personas en una pantalla.

Desde niño, y viviendo la vida del campo, don Manuel conoció los versos «porque los padres de nosotros y la gente antigua eran muy buenos pa‘ los versos en esos años», recuerda. En su memoria se encuentran personas como don Franco Zamorano, del pueblo vecino de Millahue, que tenía la facilidad de hacer versos con tan solo mirar a las personas. Recuerda, por ejemplo, que un día pasaba por fuera de su casa don Rafael Meza, un antiguo habitante de San Vicente que por esos años llevaba películas a los pueblos. Don Rafael voceaba la película El Padre Pitillo y don Franco, que pasaba en su caballo, de improviso dijo:

«Allí viene el señor Meza
nombrando al Padre Pitillo
a limpiarle los bolsillos
a los tontos y a las lesas».

La poesía era, por lo tanto, parte de la vida cotidiana. Don Manuel creó sus primeros versos de niño, juntándose con sus amigos en un sector donde había un puente, ahí se hacían versos unos a otros, aprendiendo para entretenerse. De ese grupo, solo don Manuel siguió creando versos hasta el día de hoy.

Si hay que definir qué es un verso, para don Manuel es un resumen de un hecho. Esta definición resalta la figura del poeta como un relator de acontecimientos «para que no se olviden», como dice don Manuel. Para él, el proceso de creación del verso involucra informarse bien de los hechos. Si se trata de una noticia a nivel nacional, busca los antecedentes en diarios, principalmente; si se trata de una noticia local, les pregunta a testigos del pueblo o usa lo que él mismo ha podido ver. También señala que es importante fechar y archivar el verso, así se puede revisar y recordar lo escrito. Todos los versos los escribe en décimas, tal como lo aprendió de los otros poetas. En cuanto a los temas de sus creaciones, don Manuel reconoce que son muy diversos: la tragedia de Antuco, la muerte de un joven que se ahogó en el tranque del pueblo, descripciones de aves, desastres naturales, eventos específicos, y de todo cuanto él pueda saber y le resulte interesante. Sin embargo, no solo los temas serios son inspiración para el poeta «porque el chileno es pícaro, el poeta es pícaro, el verso tiene que tener su gracia», asegura. Por esta razón, los versos que más le gustan a don Manuel son aquellos chistosos, porque así «le saca una risa hasta al hombre más serio», señala. A propósito de esto, recuerda que un día, viendo televisión mientras estaba acostado, lo picó un zancudo en el brazo; lo trató de matar, pero no pudo, entonces, tomó papel y lápiz y escribió un verso que retrata ese momento (ver en repertorio al final de este capítulo).

Si bien don Manuel no canta, sí recita sus versos. Según cuenta, en su familia existieron cantores como, por ejemplo, su tío Benito del Carmen Yáñez González, a quien recuerda con cariño. El tío Beno era cantor de tonadas, cuecas y de velorios de angelito. Don Manuel le escribió un verso en el que relata cómo era y el accidente que sufrió de niño trabajando en las faenas de la cosecha de trigo, cuando perdió una pierna al ser atrapado por una máquina trilladora.

Para don Manuel, el momento ideal para escribir es la tarde; lo hace casi todos los días, especialmente en los ratos de aburrimiento cuando no hay nadie más en la casa. Entonces, él se sienta en un pequeño escritorio mientras escucha música, se acuerda de algún acontecimiento y lo versifica. Puede terminar el verso en un día o dejar una parte para el día siguiente. En esas tardes, también revisa los versos ya hechos y disfruta riéndose de sus propios versos cuando estos son chistosos.

Las temáticas sobre las que no escribe son las historias religiosas, porque, como el mismo dice «soy un hombre muy respetuoso de la Iglesia, soy un hombre muy creyente y tengo miedo de poder ofender a Dios en algo que escriba». Los únicos versos que ha escrito relacionados con la religión son dos composiciones que hizo sobre las misiones que año a año visitan el pueblo de Las Pataguas. Con orgullo, señala que estos versos han sido muy bien acogidos por la comunidad y que gracias a ellos ha recibido muchas felicitaciones.

Don Manuel no es de subirse a los escenarios a recitar. Apenas en los últimos años lo ha hecho en un par de ocasiones con el gran apoyo de su hija, Lidia, quien lo incentiva y da a conocer su trabajo. Es así como se ha presentado en algunos actos en la Biblioteca Municipal y un par de veces en encuentros de poesía popular. Las felicitaciones del público son un gran orgullo para él, pero lo que lo pone realmente contento es que se difunda el arte del poeta popular.

El deseo más grande de don Manuel es que surjan más interesados en los versos, sobre todo entre las autoridades y los profesores, para que incentiven la enseñanza en las escuelas y la difusión de la poesía y la música folclórica en los medios de comunicación. En sus propias palabras: «A mí lo que más me gusta es este asunto y me gustaría mucho que en las radios, por ejemplo, hubiera programas de folclore chileno porque son muy escasos los que hay… parece que los que mandan no se interesan por este asunto. Me gustaría que si un niño tiene interés en aprender le den cobertura, que hagan algo por ellos, pero los niños salen del colegio y no tienen idea del folclore chileno… irán a saber los niños que el verdadero folclore chileno es la toná, la cueca, los versos, las payas, no tienen idea los niños. Son los que mandan los que tienen que incentivar a los profesores pa’ que hagan estas cosas, creo yo, no sé si estaré equivocado, el tiempo no más dirá… ojalá Dios quiera que así sea porque mi pasión es esta y mientras pueda hacerlo lo voy a hacer».