Lucy Cabezas Miranda

Nacida en Toquihua, cerca de la Escuela de la localidad, la encontramos en su casa, en la misma tierra que la vio nacer. Cantora por vocación, sanadora por añadidura, es una mujer, madre, cantora y creadora con una sensibilidad a flor de piel. Ama todas las tradiciones y costumbres de su tierra. Tiene un título de secretaria Comercial que está absolutamente olvidado porque ahora sólo cultiva las tradiciones de su pueblo.

Habla muy orgullosa de su hijo de 18 años de edad, que apenas llega del colegio calza sus ojotas y monta su yegua.

En su infancia escuchaba tonadas y otras canciones en una vitrola de sus abuelos, así, con este aliciente, todo lo hacía cantando.

Sus tíos la llevaron a Santiago, la capital, y ahí sintió el primer golpe del desarraigo, pero agradece las enseñanzas y la educación recibidas. Su tía en Santiago era una cantora que asistía a los velorios de angelito. Ella le enseño sus primeros tres acordes: LA, RE, MI, y con eso se inició en el canto. Aprendió primero una cueca: “El sacristán vivaracho”, que cantó en su escuela de San Bernardo, que era regentada por monjas. Allí comenzó a componer, pero perdió muchos temas porque no guardó los papeles donde los escribió.

Para crear puede haber cualquier momento. Pone por ejemplo el tema de la raspa o limpia de acequias, que era dirigida por un capataz. En esos tiempos, hasta su hijo pequeño iba a trabajar en la limpia de acequias.

Su tierra es todo. A Toquihua lo ama, le compone diversas canciones. Cualquier detalle de la gente y de su paisaje le atrae y detona su creación. Todo es folclore, tradición.

Cuando asfaltaron los caminos, sufrió mucho, porque siente que aprisionaron la tierra. Sentía que ella pedía auxilio para que no la taparan.

Su actividad como compositora se inició a partir de la escucha de canciones y desarrolló por su propia cuenta la interpretación en guitarra.
Siente que el hecho de componer es un don divino, viene del alma. Puede componer un tema en diez minutos.

Sólo ha asistido a dos rodeos en su vida. El último fue al de la Asociación Limarí, en Ovalle, hace pocos meses, pero le costó recibir el reconocimiento que esperaba. Lo mismo sucede en su propio pueblo. Sólo lo siente venir de la mano de Chabelita Fuentes.
Ha hecho dos producciones discográficas. En una de ellas incluye canciones dedicadas a Santos o Venerables católicos como el padre Pío, Teresa de Calcuta, Fray Andresito, San Judas Tadeo y Laura Vicuña. En la otra producción, “El cantar de mi tierra”, vienen muchos temas de su autoría, pero ha compuesto bastante más. No ha podido registrar su abundante producción porque está a cargo del cuidado de una tía que se encuentra postrada, de más de 90 años de edad.
Hace muchos años que canta en su pueblo en funerales. Recibió de manos de un sacerdote el libro La Biblia del pueblo, de donde sacó el canto del Rosario, que ejecuta en velorios.
También emprende iniciativas para ayudar a sus coterráneos, sobre todo acompañando enfermos, tratando de emular a su madre, que se entregaba por completo al oficio de la santiguadora de enfermos.

La música le sana el alma, porque se considera muy sensible frente al dolor ajeno. Recibe paz contra la pena que lleva por otros. El canto le alivia el alma, la libera.

Siente que la música del folclore está en riesgo, pero ve una esperanza en los jóvenes, aunque antes, más que hoy, toda la gente conocía el folclore.

Una solución puede estar en los proyectos, pero su mayor preocupación está en la educación, porque fue por años instructora en el colegio de Toquihua, pero la falta de disciplina era lo que impedía lograr resultados positivos, porque los niños asistían al taller de folclore por obligación.

El folclore no puede enseñarse por una nota, hay que enseñar a amar el folclore primero.