Amelia Díaz Palominos

La señora Amelia nos recibe en su casa de Los Rastrojos, que es, a la vez, una acogedora pensión para turistas. La dueña de esa casa tiene sus talentos que no esconde en absoluto. Para todos tiene una palabra, un verso, una metáfora, un canto a propósito. Porque la dueña de casa vive enamorada de la palabra recitada, que es su vocación principal. Desde su época escolar conoció la poesía y la recitó una vez que aprendió a leerla, desde el vetusto y legendario “Silabario Hispanoamericano”, aquel conocido como del “Ojo”.

Entre sus profesores, recuerda a don Ariosto Oyarzún Vera, procedente de Curaco de Vélez, en la Isla de Quinchao, actual Provincia de Chiloé. Fue el primero que trajo un violín a su localidad.

La poesía en su infancia y juventud tenía mucha relevancia en fiestas familiares. Ellos la estimularon a amar y aprender los poemas que hasta el día de hoy recita.

Recuerda que don Moisés Vargas, tío de una señora Isolina, cantaba en velorios de angelito y funerales en general. Este mismo poeta, acota la señora Amelia, aparece en La Biblia del pueblo, recopilación de canto a lo humano y lo divino editado por el Padre Miguel Jordá.

Escribe poemas, pero muy pocos. Hizo una vez un verso dedicado a la Virgen del Carmen, imagen que se encuentra en la parroquia local.

Los versos, dice como receta a su edad, los va aprendiendo uno por uno, porque si se intenta con todo el verso de una sola vez, a sus 70 y más años, ya la memoria no responde, porque es frágil. También el verso tiene que gustarle al recitador. Los versos trágicos no le gustan. A propósito de la tragedia, a los 25 años de edad trabajaba en la cárcel de mujeres de Santiago, y allí les recitaba a las internas versos trágicos que las hacían llorar. Pone como ejemplo el verso largo “La esposa del bebedor”. Ahora no logra recordarlo, pero en su momento selo aprendió completo. A veces estas escenas relatadas en verso coinciden con las vivencias propias, de allí que remezcan los sentimientos y revivan experiencias en el recuerdo del que oye estos versos.

Los versos que más le gustan son aquellos que reflejan las vivencias, los sentimientos divididos.

Recitar, aprender versos es una gran satisfacción, es como rezar. Hubiese querido tener más tiempo para dedicarse a este oficio, porque una buena poesía puede sanar.

Su otra vocación es el canto religioso. Su práctica proviene de la práctica devocional de su familia. Primero su madre, luego un hermano que fue al Seminario, pero no alcanzó a terminar sus estudios allí. Su abuela rezaba el Rosario antes de que todos los nietos se acostaran y los niños ejecutaban el rezo responsorial de ese Rosario. Siendo adulta, trabajó con monjas, participando activamente en los ritos religiosos. Recuerda las vestimentas, especialmente los velos con que se concurría a las ceremonias.

Recuerda las innumerables actividades y veladas realizadas en Los Rastrojos, actividades que estaban radicadas en la Escuela de la localidad y se realizaban sólo con artistas locales. Todas estas fiestas, dice, “están hoy dormidas”.

Pide que no se pierdan las tradiciones de su localidad, que sigan los niños aprendiendo versos, que no los olviden luego que salen del colegio, porque esto es muy importante.