Las Visitas

Escrito por Don Rafael Meza Ramírez

Normalmente cuando visitaban a la Ñaña, esta recibía en el corredor interior de la casa,  pero en ciertas ocaciones lo hacía en su habitación.- El cuarto de la Ñaña era la última pieza del primer patio, era la única enladrillada para evitar un posible incendio con el brasero  siempre encendido.- La habitación de la Ñaña la recuerdo como si la estuviera viendo,( y eso que ya han pasado casi los setenta años), una pieza de 4×4 metros, con  dos puertas, una al patio, con la parte superior con vidrios  esmerilados, para iluminar el cuarto, la otra, daba  a la pieza de tía Ana.- Colgada en un gancho junto a esa puerta una lámpara portátil a parafina.- Al  lado de esa puerta, una  cómoda antigua de buena madera, lustrosa, mas que por el barniz , por el continuo frotar del paño de limpieza.- En el rincón  un catre de fierro que al igual que el velador a su lado, tenía las patas recortadas, apropiadas  para la pequeña estatura de su dueña, bajo la cama se divisaba una bacinica azul, que ella llamaba «cantora».- A los pies de la cama, y pegada a la pared, una caja-baúl con guarniciones de fierro y un enorme candado con la llave siempre puesta.- Sobre el velador en la pared el interruptor de la luz, una ampolleta chica colgada del centro del cielo de la pieza, encima del velador un pañito tejido a crochet, y sobre este una palmatoria con una vela de estearina y una caja de fosforos.- Cuatro sillas  con palos torneados y un pisito también con piso de totora, completaba el modesto moviliario de la pieza de la Ñaña, mas el infaltable bracero siempre encendido invierno y varano,-  Esa tarde, cuando llegaron las visitas, la Ñaña estaba en el corredor interior, miró a las tres personas, ¡Hola Ruperta! No me digas que este es tu primo Vicente, y esta es Olga, ¿verdad?.- Puchas que tiene buena memoria doña Andreíta, claro que son ellos, pasábamos a verla, siempre nos estamos acordando de usté, pero cuesta retanto p’a venir al pueblo.- Le trajimos unos engañitos p’a que se acuerde de la vida del campo.- Escurpe lo poco doña, son unos quesitos, hechos con leche  de las vacas de la casa, son limpiecitos, cómalos con toda confianza, la pierna de jamón ahumado la puede colgar en la cocina, los dos saquitos de carbón son p’a su brasero, y la tortilla de rescoldo p’a que le combíe a misiá Anita,  y a estos cabritos, mírenlos si están de grandes estos condenaos.- Muchas Gracias Ruperta, para que se fue a  molestar.- La Ñaña se apoyó en su pequeño bastón de cabeza, y se levantó de su asiento. ¿Porqué no pasamos a mi pieza mejor, y nos tomamos unos matecitos mientras platicamos?.- Y acto seguido pasó el pasadizo al primer patio y se dirigió a su pieza.- Para variar yo detrás de ellos.-. ¡Ya niñitos, ahuecar el ala, esta es conversación entre mayores, así que vamos saliendo.- Y así nomás, me echó de la pieza.- Yo salí por  la puerta que daba al dormitorio de mi tía Ana, y la dejé entreabierta, me picaba la curiosidad por saber que se conversaba entre personas adultas.- La Ñaña sacó del baúl tazas,  platillos, bombillas y todo lo necesario para preparar los mates, y empezar los pelambres.- También sacó un tenedor largo de tres dientes  con mango de palo, en el que después de ensartar pedazos de queso, los soasaba hasta que casi se derretían y después los desparramaba en un trozo de tortilla de rescoldo, mirando por entre la puerta se me hacía agua la boca, y me sentía molesto porque en esa forma no íbamos ni siquiera a probar la tortilla que le dijeron a la Ñaña que nos combidara.- Conversaron  y conversaron de un montón de cosas, se acordaron para bién y para mal de  cualquier cantidad de gente que yo no conocía, me aburrí,  y me fui a jugar en el patio interior con mi hermano, de pronto me acordé que no había hecho mis tareas, cuando entré al comedor, sentí risotadas en el cuarto de la Ñaña, y fui a ver de que se trataba.-  Y   así  fue pues Andreíta, el viejo fresco de don Quiño, se me tiró al dulce.- ¿Y porqué le dicen así a don Quiño?  Porque desde que enviudó, anda metido en cada lío con mujeres que es un gusto.- Como iba diciendo misiá  Andreíta, el hombre me propuso matrimonio, me dijo muy alambicado: Rupertita…Usted y yo, ahora que lordos estamos viudos, porque no nos acolleramos mas mejor?  Usted y yó no congeniamos pos don Quiño.-  ¿Porqué Rupertita?  Usted es muy picado de la araña, y si yo me güelvo a casar, quiero que mi hombre , como el anterior , sea p’a mi sola nomás.- Es que yo me portaría como un angel con usté pos Rupertita, casado por las dos leyes y como Dios manda.-  Claro….Así también era con la finá Matilde, y usté se jugaba con la primera china que se ponía por delante…No don  Quiño, no gaste saliva conmigo, porque para usté yo no estoy disponible.-  Desto hace mas de año, misiá Andreíta, y el otro día Vicente se encontró con el en la feria, y el muy bribón se atrevió a preguntar por mi.-  ¡Cuéntale  tu  Vicente, mas mejor! El hombre se aclaró la garganta, y contó mas o menos así su versión: ¡Hola don Vicho! me dijo el Quiño. ¿Como estan por su casa?  Todos bien, muchas gracias.- ¿ Y que es de la Ruperta, Todavía esta enojada conmigo?   Porque iba a estar enojada?  No ve que yo le ofrecí matrimonio, y por poco no me pega, y lo menos que me dijo,  fue que yo era un picaflor chinero.- No sabía, la Ruperta no contó nada.-  ¡Tan mujer que es ella!  Pero tengo entendido que usted se casó don Quiño.- Si claro, hace mas de año, y ahora hasta soy paire.- ¿Como? si tengo entedido que la señora Olga tiene mas de cincuenta años, y a esa edad, las mujeres  están como la canción nacional.- ¿Como así? Claro…no ve que  ya….ha cesado la lucha sangrienta.- Güena, Vicho, no la verdá es que ella está en los cincuenta y seis, p’a ser justos mijo. Lo que pasa, es que ella también era viuda y tenía cinco hijos, los dos hijos hombres y la hija menor, están casados en Santiago.- Las otras dos hijas se vinieron a vivir con nosotros al campo.- ¿Cacha la suerte mía Vichito? Que suerte ni que ocho cuartos don Quiño, tres mujeres aunque sean parientes se lo llevan peliando!  Ni tanto mijo…Las tres están felices conmigo…y ahora no tengo ni p¿a que salir a buscar ajuera.- Y el viejo pícaro me cerró un ojo.- Yo era un chiquillo inocentón… No comprendí porqué se reían tanto.-

Rafael Meza Ramírez

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