La Fiebre del Oro en el Valle de Tagua Tagua

Por Juan Carlos González Labra, investigador sanvicentano.

Con La llegada de los incas a Chile se introduce en entre otras cosas, la explotación de los minerales, que en el Perú ya se practicaba desde tiempos pasados. El primer yacimiento de oro que los incas comenzaron a explotar en Chile fue el de Marga Marga, en la desembocadura del rio Aconcagua. Posteriormente, el conquistador Pedro de Valdivia puso en explotación nuevamente los lavaderos de oro de Marga Marga. Con el pasar del tiempo, surgieron otros lavaderos de oro en el sur y norte de Chile. Fue de tal importancia esta actividad, que desde los inicios de la colonia existió una Reglamentación minera-aurífera.

En Chile, el periodo comprendido entre 1830 y 1880 es conocido como el ciclo de la plata, el cobre y el carbón de piedra, perdiendo importancia la explotación del oro. Pero los hallazgos de oro ocurridos en la zona de California en E.U., produjo lo que se conoció como “la fiebre del oro”. Este fue un fenómeno social ocurrido entre 1848 y 1855; caracterizado por la gran cantidad de inmigrantes que llegaron a las cercanías de San Francisco (California) en busca de oro. La mayoría de los inmigrantes eran estadounidenses, pero también atrajo decenas de miles de personas desde Iberoamérica, Europa, Australia y Asia. Cientos fueron los chilenos de todos los estratos sociales que emigraron también en busca de su oportunidad, todos hermanados en esta loca aventura.

Durante estos mismos años, y probablemente por las noticias de los sucesos en California, en Chile aumentó considerablemente la búsqueda de minas de distintos metales, pero fundamentalmente las de oro. Este fenómeno también llegó con fuerza a nuestro valle de Tagua Tagua. Son numerosas las solicitudes de mercedes de minas hechas por los vecinos que vivían en éste valle, y que quedaron registradas en la oficina notarial de Rengo. Los registros muestran un auge entre los mismos años en que se produce el fenómeno señalado en California. Dichas solicitudes, que en su mayoría fueron concedidas a los solicitantes, se concentraban en los cerros de Alamhue Viejo y El Nuevo, El Niche, Rinconada, El Tambo y Millahue, que no por coincidencia este nombre Millahue significa “Lugar de Oro”, nombre dado a ese sector por los aborígenes que habitaron nuestro valle.

Algunas de las personas que solicitaron mercedes de mina fueron:

En la loma denominada Los Canelos, solicitó merced de explotación don Juan de Dios Velásquez (familiar directo del general José Velásquez Bórquez) en 1841.

Francisco Javier Errazuriz ( el dueño y desecador de la Laguna Tagua Tagua) y don Santiago Aldunate, solicitan en el cerro de “Armague el Viejo y otra en la hacienda de Las Pataguas cerca del portezuelo de Apalta” en 1841.
Don Luis Sepúlveda, “minero de profesión”, solicita permiso para explotar un lavadero de oro en “la quebrada de los Rayos y de la Oya” en 1849.

En el cerro El Inca pide merced Francisco Javier Errazuriz en 1850.

Don Fernando Márquez de la Plata, en el cerro Pangalillo de la hacienda El Tambo, en 1858. El cerro Pangalillo se encontraba en su propiedad.

Hacia 1860, llegó a tal punto la búsqueda y explotación de metales en la zona de Tagua Tagua, que el dueño de ésta hacienda, don Francisco Javier Errazuriz, en documento fechado el 18 de mayo de 1860, solicita al Gobernador y Juez de Minas de ésta provincia, la autorización para la construcción de un horno de fundición de metales de cobre, provenientes de una mina que él explotaba en “el rincón de Millagüe i Maitenes de mi propiedad”. Además, en esta autorización también pedía hacer uso de los montes, aguas y pastos que se encontraban en su hacienda que ayudarían a poner en marcha su proyecto. Al poco tiempo después, se le concede lo solicitado, “sin perjuicio de terceros”. De esta manera, en la zona de Tagua Tagua se construyó, probablemente, el primer horno de fundición de metales, que facilitó el auge de una explotación minera de baja escala.

Esta mina, según su dueño Francisco Javier Errázuriz, estaba ubicada en la hacienda Tagua Tagua, en el cerro llamado “Maquegua, situado en Millagüe, al costado de la loma ancha” “distante de la población (de la hacienda) 10 a 11 leguas hacia el poniente”.

Como toda época dorada deja huellas, que con el tiempo se transforman en leyenda, que dicho sea de paso, muchas veces tienen su origen en un hecho real, el tema del oro en nuestra zona vino a ponerse de moda por el año 1941. Se rumoreaba durante muchos años que un fabuloso tesoro se encontraría enterrado en las cercanías de Pichidegua. El origen de ese oro sería de un yacimiento que fue explotado en los cerros de El Tambo por dos hermanos de origen español, Ricardo y Esteban Castillo, en el periodo de la Guerra del Pacífico (1879-1883).

Los problemas para estos hermanos comenzaron cuando se filtró la noticia del cuantioso oro que habían logrado juntar producto de la extracción hecha en la mina ubicada en alguno de los cerros de El Tambo. Por éste motivo, deciden huir con su tesoro hacia Pichilemu, con la intención de embarcarse de regreso a España con su valioso cargamento. La caravana se componía de 14 mulas que cargaban, en costales de cuero, el polvo y pepitas de oro que querían llegar al entonces puerto de Pichilemu. Al llegar a “Las Pataguas de Pichidegua” se dieron cuenta que eran seguidos por un grupo de hombres, por lo que en la noche enterraron el oro y llenaron de tierra los costales de cuero. Para distraer a sus perseguidores, la caravana se dividió en dos, uno de los hermano, Ricardo, siguió el camino que conducía a Pichilemu, mientras Esteban tomaba el camino que conducía a Matanza. Días después, la caravana que iba hacia Matanza fue acribillada por un grupo de bandoleros no identificados. No tuvo mejor suerte la caravana de Ricardo Castillo, ya que, en el sector de “El Lingue” fue asaltada también, probablemente por el mismo grupo que había atacado de muerte a la caravana de su hermano. De este asalto, solo pudo arrancar, gravemente herido, el capataz de confianza que tenían los hermanos, único sobreviviente que sabía el lugar exacto del entierro del tesoro. Logró llegar a Valparaíso, donde fue auxiliado por un señor de apellido García. Infaustamente, el capataz murió poco días después, delatando a su auxiliador lo ocurrido y el lugar del entierro bosquejado en un mapa. García contaba a sus familiares todo lo sucedido y mostraba el mapa como algo netamente anecdótico.

Ahora, en la fecha que encontramos esta información, 1941, un hijo del señor García, decidió venir a la zona para investigar lo relatado por su padre. Después de numerosas diligencias, logró encontrar restos de herramientas en uno de los lugares señalados por su padre y ayudado por el mapa que él le había entregado. Desgraciadamente, con los años que habían pasado, el terreno había cambiado mucho su fisonomía, por lo cual el mapa poco podía precisar el lugar del entierro. Esta podría haber sido una buena coartada para desorientar a las autoridades de la época del hallazgo del tesoro, o bien nunca se encontró y se halla aún enterrado como testimonio de la fiebre del oro en el valle de Tagua Tagua.

San Vicente, jueves 02 de julio de 2015