Estado de las Boticas en San Vicente de Tagua Tagua, en 1888
Escrito por Juan Carlos González Labra, investigador sanvicentano.
Una de las cosas que sorprendió a los conquistadores a su llegada a Chile, fue el gran arsenal terapéutico que manejaban los aborígenes de estas tierras. En esos tiempos, el tratamiento de las enfermedades y traumas, estaba basado en el uso de las hierbas medicinales y los ritos que invocaban a los buenos espíritus. Fue la compañera de Pedro de Valdivia, doña Inés Suárez, la primera en conocer y usar la gran variedad de hierbas medicinales que utilizaban los machis en la salud de los aborígenes.
La reconocida eficacia de los tratamientos con hierbas usados en Chile, hizo que fueran llevados a España, y muchos de ellos se dispersaron por el resto de Europa.
Con la llegada de los jesuitas a Chile a principio de 1593, Santiago pudo contar con una botica de la más alta categoría y prestigio, desde ella se hacía llegar medicinas a todo el reino de Chile. Fue conocida como la botica de los jesuitas y se encontraba ubicada en la manzana que hoy ocupa el antiguo edificio del Congreso Nacional. En 1767, cuando los jesuitas tuvieron que abandonar todas las colonias de España, en Chile hubo que hacer un inventario completo de la botica, que en ese momento se encontraba a cargo, por más de 22 años, del hermano Zeitler. Este jesuita tuvo que permanecer casi oculto por cinco años más, porque no había nadie capaz de hacerse cargo de un inventario tan copioso y de tan apreciable valor. Esta botica podía competir, no sólo con las mejores de América, sino también resistir con éxito la comparación con cualquier botica de Europa de esos años.
Durante la era colonial, las boticas tuvieron una gran fiscalización en cuanto a los precios de los medicamentos, no demostrándose igual celo para intervenir en la calidad de ellos. Esta función era dirigida por el Protomedicato, que era una institución técnica, encargada de la formación y vigilancia del ejercicio de las profesiones sanitarias como los médicos, los cirujanos y los farmacéuticos, antes de la creación de las universidades, luego fue perdiendo atribuciones hasta desaparecer en 1892.
Al igual que hoy, las farmacias mantenían un turno semanal para cubrir las necesidades fuera del horario establecido. Así por ejemplo en Rengo, la semana del 13 al 19 de enero de 1888 estuvo de turno la Botica “del señor Luis A. Pacheco”.
A fines del año 1887, el Gobernador de Caupolicán, solicitó una visita inspectora a todas las boticas del Departamento a su cargo. Su solicitud fue aceptada por el Protomedicato de Santiago y este organismo asignó esta tarea a los señores J. Araya Escon y al Dr. Schneider Mundt. En esa oportunidad, los referidos señores Araya y Mundt, inspeccionaron las cinco boticas que existían en la capital del departamento de Caupolicán, Rengo; la única que existía en Malloa; y las tres existentes por esos años en San Vicente de Tagua Tagua.
El día 3 de enero de 1888, hacen entrega al Gobernador el informe de su trabajo en terreno. En el caso de San Vicente, el informe señalaba que el pueblo contaba con tres boticas a cargo de los señores Enrique Martínez C., Luciano Valera y Francisco Falcon.
En cuanto a la categoría de estos regentes de las boticas de San Vicente comentaban que el señor Martínez era de profesión farmacéutico, mientras que el señor Valera era “práctico amparado por la lei”, en cambio el señor Falcon no tenía ningún permiso para regentar una botica, pero la había puesto en funcionamiento mientras tramitaba una solicitud que había hecho al Protomedicato, aun cuando todavía no tenía ninguna resolución.
A simple vista podríamos pensar que la botica del señor Martínez daba la mayor confianza a esta comisión, y por supuesto a los sanvicentanos. En cambio las boticas de los señores Valera y Falcon, no eran de confiar como agentes de los tratamientos para las enfermedades de los sanvicentanos.
Al evaluar la comisión la calidad, el orden, los instrumentales y la cantidad de medicamentos existentes en cada una de las boticas, los resultados no fueron nada de alentadores. La comisión fue tajante en señalar que “solo podrían llamarse boticas las de Martínez i Falcon”. En el caso del señor Valera su informe es lapidario, “no corresponde a este título ni por la cantidad de medicamentos ni por su envase”, en consecuencia, solicita al Gobernador que ordene su cierre si en el plazo de 15 días que comienzan a contar del día de la inspección, el señor Valera no pone su establecimiento en las condiciones del reglamento existente.
No corría mucha mejor suerte la botica del señor Falcon, ya que, la comisión a parte de encontrarlo ilegalmente ejerciendo el negocio de la botica, lo señalaba como un individuo “que carece de los conocimientos más elementales de farmacia”, de lo cual dejaban constancia de ello en el acta correspondiente. Su ignorancia era tan grande que, “vendía por medicamentos activos (de marca importados), como licor de Faule sustancias que ni sabía lo que contenían”. Al pobre Falcon le llovía sobre mojado porque la comisión a parte de lo ya señalado, encontró en mal estado alguno de los medicamentos en su botica. Por todo esto, los señores inspectores sugerían en su informe que aun cuando el Protomedicato diera la autorización y que Falcon pusiera su establecimiento en el orden reglamentario, instaban al Gobernador al cierre de esta botica.
En resumen, de las tres boticas existentes en San Vicente por esos años, la de Falcon veía complicado su futuro funcionamiento por no tener la autorización legal, por la falta de conocimiento de su dueño y por el desorden existente en ella. En el caso del señor Valera, no tenía titulo para trabajar en botica, y el desorden de ella hacía creer que no merecía el título de botica.
Hasta aquí, la botica del señor Martínez parecía ser lo mejor, porque él si tenía el título de farmacéutico que pedía la ley, sin embargo, a la comisión no le daba mucha confianza la buena atención a los clientes que llegaban a la botica en busca de algún medicamento, ya que el señor Martínez se ausentaba periódicamente del pueblo, de hecho, la comisión apuntó en su informe que “hacía ocho días que no llegaba al establecimiento”. Es por esto que los señores comisionados piden al Gobernador que oficiara a Martínez para que atendiera más en su negocio para dar cumplimiento al reglamento en el punto que ordenaba “que todo rejente debe estar ocho horas diarias en el establecimiento, por lo menos.”
Un año y medio después del lapidario informe de las boticas en San Vicente de Tagua Tagua, encontramos que solo hay dos boticas funcionando. Cuál de las tres tuvo que cerrar, no lo sé aún, pero en 1890 encontramos, con sorpresa, la siguiente publicidad:
“Botica de la Plaza: habiéndose favorecido el público con su confianza, ocurriendo a mi establecimiento; i encontrándose en este pueblo dos facultativos, me he visto en la necesidad de pedir a la mejor droguería de Santiago un completo surtido de drogas, específicos y alcaloides, para el despacho de recetas.
Lo que tengo el honor de avisar a mi numerosa clientela. Las recetas son despachadas por el que suscribe.
LUCIANO VALERA”
Desgraciadamente, nuestros antepasados sanvicentanos desconocían la realidad de las boticas existentes por esos años, en San Vicente de Tagua Tagua.
San Vicente de Tagua Tagua, lunes 21 de diciembre de 2015